jueves, 2 de febrero de 2012

Dragnar Colmillojoven III El desenlace



...........El eldar atacó primero. Con un ágil movimiento trazó un arco vertical con su Castigador directo al hombro del Sacerdote. Éste desvió el golpe con el Hacha de Hielo y luego golpeó el rostro del Arconte con el bólter. El arconte dio un paso hacia atrás, aturdido, y Dragnar lo aprovechó para contraatacar. Dibujó un brillante arco horizontal, con la intención de decapitar al eldar y acabar de una vez con el combate. Sin embargo, el Arconte tuvo tiempo de agachar la cabeza y lo único que encontró el arma del Sacerdote fue el mástil del que colgaban las cabezas. Lo partió por la mitad, y las cabezas salieron despedidas. El Arconte se repuso. Ambos contrincantes se hallaban demasiado cerca para que el eldar pudiera usar su arma. Empuñándola al revés, golpeó en la boca del estómago al Sacerdote y luego usó el control mental de la pistola que llevaba instalada en la máscara para disparar a Dragnar. El proyectil rebotó en la servoarmadura del comandante lobo pero había logrado su cometido: alejar y distraer al Sacerdote. Con un aullido de triunfo, el Arconte se abalanzó hacia delante, con el Castigador sediento de sangre. Dragnar sólo pudo tratar de esquivar el golpe, pero fue inútil: el arma del eldar hizo trizas la servormadura del Sacerdote y atravesó la arcana protección del Amuleto de Lobo de Hierro. Su hombro derecho quedó destrozado y su bolter cayó al suelo, la mano incapaz de sujetarlo.
Dragnar aulló de dolor y rabia. Sacando fuerzas de la desesperación, el Sacerdote empujó al Arconte quien cayó al suelo, sorprendido por la repentina respuesta de su contrincante. Dragnar trató de no pensar en su hombro, trató de evitar que no se nublara su vista y luego buscó al Arconte. Éste se hallaba aun en el suelo, tratando de alcanzar su arma, que había caído a unos metros de él. Dragnar se tomó algo de tiempo, tenía que recuperar el aliento. Luego, avanzó hacia el eldar. Con una fuerte patada en el costado, evitó que el Arconte cogiera su arma. El eldar se puso en pie y se enfrentó al Sacerdote. Dragnar supo que había vencido. Levantó el Hacha para dar el último golpe. El Arconte no agachó la cabeza, no trató de esquivar el golpe. Se mantuvo de pie, negro y frío como una estatua de ébano, sosteniendo la mirada de su contrincante hasta que el arma de Dragnar cercenó su cabeza de sus hombros. El cuerpo del eldar se mantuvo en pie unos segundos, apenas un suspiro, y luego cayó con un golpe sordo junto a la cabeza. La grotesca máscara miraba al cielo, iluminado por dos soles, guardianes inmensos, que se elevaban en el cielo blanco.

-          Señor, los piratas se retiran.- la noticia le llegó a Dragnar a través del comunicador de su casco, pero el mismo podía ver como los eldars daban media vuelta y huían del campo de batalla. Dragnar suspiró.
-          Mando central, aquí Sacerdote Dragnar...Sáquennos de aquí...





Dragnar aguardaba en posición de firme y con el casco en el brazo derecho en la sala de oficiales. Habían pasado dos semanas desde la batalla contra los eldars oscuros y su hombro había sanado por completo, aunque aun le daban pequeños calambres. Una cicatriz aun joven cubría ahora la zona herida, una de tantas. El Señor Lobo le había ordenado presentarse allí. Al parecer le iban a encomendar una nueva misión y Dragnar a duras penas podía contener su impaciencia. El Señor Lobo activó el holomapa de su mesa y le mostró un planeta que le resultaba desconocido.

-          Me han informado de que los enclaves humanos situados en Tarkion II han sido recientemente atacados por unas fuerzas de origen y numero desconocido. Nadie sobrevivió para informar. Su misión será localizar esas fuerzas y neutralizarla. Si resultan ser demasiado poderosas, le enviaremos refuerzos. En vista de su reciente éxito, cuento con que no tendrá dificultades en llevar a buen término la misión...
-          No, señor. Ese ejercito desconocido, sea el que sea, será aniquilado. Cuente con ello.
-          Bien, ordene a su compañía que debe estar lista en un par de horas. Las Thunderhaks les llevarán hasta allí.
-          Señor...
-          Dígame.
-          Pido permiso para llevar a Thrugar el Anciano, señor. Su experiencia y capacidad de combate nos serán de gran ayuda...
-          Tiene mi permiso, Sacerdote. Ahora, retírese.
-          Si, señor.

Dragnar sonrió mientras abandonaba la sala de oficiales: tendría una nueva oportunidad de probarse en combate. Dos semanas era mucho tiempo sin entrar en combate, demasiado tiempo. Seguro que sus chicos acogerían con agrado la noticia de la misión. Dragnar movió su brazo derecho, primero hacia delante y luego hacia atrás. Ya no le dolía.  

miércoles, 1 de febrero de 2012

Dragnar Colmillojoven II Parte


Seguimos con la historia.

 ............La ola expansiva y los restos incandescentes alcanzaron al Sacerdote y su Guardia. Dragnar se vio empujado diez metros hasta caer al suelo. Sin embargo, la servoarmadura había cumplido con su cometido y el Sacerdote había salido ileso. Desgraciadamente, un trozo de metal del Rhino había decapitado a uno de los Guardias, tal era la velocidad y la fuerza que habían alcanzado los restos con la explosión. Sin embargo, no había tiempo para sentimentalismos y la escuadra comenzó a avanzar. Dragnar divisó al comandante eldar a unos metros. Por un instante, le pareció que el líder eldar también lo había reconocido porque había intuido un leve movimiento de cabeza, algo así como un saludo. El sacerdote estudio a su rival: el comandante se movía con agilidad y meticulosamente, como si estudiara donde colocar el siguiente paso; el filo del arma a dos manos que llevaba, negra como la noche de Fenris, brillaba y crepitaba repleto de energía; en la cabeza llevaba una máscara grotesca de la que surgía un aguijón dorado que vomitaba proyectiles cristalinos. Dragnar ordenó a su Guardia dirigirse hacia el Arconte eldar y su escolta. Estos hicieron lo mismo. Ambos comandantes se miraron mientras avanzaban el uno hacia el otro, directos al combate final. Casi sin notarlo, Dragnar ordenó a su Guardia disparar los bolters. No vio si habían matado a algún Incubo, tampoco notó los proyectiles cristalinos que rebotaron en su servoarmadura: su atención estaba fijada en el comandante eldar, a la vez que la de éste estaba fija en el Sacerdote. Ambos eran conscientes de que ese podía ser el último combate, de que no habría cuartel. Ninguno cedería terreno, ninguno cometería errores. Pero uno de ellos no volvería con vida. Dragnar dio la que podía ser su última orden:

-          ¡Guardias, cargad!

Los Guardias rugieron de pura excitación cuando su comandante les ordenó lanzarse al ataque. Aullando y balanceando sus armas alcanzaron a la escuadra enemiga, que sin embargo se mantenía en completo silencio, solemne como un desfile fúnebre. El choque fue feroz. Los Incubos contrarrestaban la fuerza bruta de los Guardias con una increíble exhibición de movimientos marciales, esquivando, parando con sus armas de chisporroteante energía. Los muertos caían de ambos bandos y el combate no se decidía. Dragnar había perdido de vista al comandante eldar en la vorágine del combate. Un Incubo le salió al paso. Dragnar agachó la cabeza para esquivar un golpe que habría sido mortal y contraatacó con su Hacha de Hielo. El filo diamantino desgarró armadura y carne y abrió por la mitad al escolta. El eldar se derrumbó sin pronunciar palabra, mientras su sangre y sus vísceras teñían de rojo el suelo de arena. El Sacerdote se detuvo y buscó con su mirada. Uno de sus Guardias cayó al suelo, sin cabeza, empapando de sangre todo a su alrededor. Y empuñando el arma homicida se encontraba el Arconte, con la horrible máscara teñida de carmesí y el arma de energía goteando sangre por el mango. El comandante eldar se agachó, recogió la cabeza del Guardia y la ensartó en el estandarte que llevaba a la espalda. Ya eran tres las cabezas que pendían del  tétrico mástil, todas con el horrible rictus de la muerte grabados en el rostro. Luego, muy lentamente, casi como si el tiempo se hubiera congelado, el Arconte levantó la cabeza y miró fijamente a los ojos del Sacerdote. Después, con la misma parsimonia, hizo una suave y agil reverencia .
. Tras la máscara del comandante eldar, Dragnar pudo adivinar la burla en su rostro. El Sacerdote sintió como la furia y la rabia invadía cada una de sus fibras. Cerró los ojos. No podía dejarse llevar, debía mantener la cabeza despejada. Imágenes de otros tiempos vinieron a su mente: recordó su infancia, sus duros entrenamientos en el hielo, y sus combates contra las bestias. Luego recordó su preparación como marine, cómo había ido superando una a una todas las duras, durísimas pruebas que se le impusieron y cómo había ido ascendiendo hasta convertirse en el Sacerdote Lobo más joven de toda la Gran Compañia. Fueron apenas un par de segundos, pero le sirvieron para tranquilizarse y concentrarse en su objetivo: acabar con el comandante eldar y con su maldito ejército de piratas. Con determinación, avanzó hacía el Arconte......